Sigo subyugada, desde hace años, la obra de Silvina
Berenguer, pintora especial por su temática e idealismo-yo diría que también
mágico-,capaz de eludir influencias y marchar por un camino único, personalísimo
,tan lleno de ensoñación como de madurez técnica.
Sus cuadros , actualmente en la Galería del Palau, nos
trasladan a la atmósfera del Renacimiento italiano, donde la belleza serena, espiritual
y diversa en color detienen a quien la contempla y le invitan a sumergirse en
un amanecer ¿o quizás anochecer?,bajo el dominio de algún ángel, seres
misteriosos compañeros de Silvina desde que era niña y aprendió la oración del
de la guarda.”Nunca lo ví, pero lo he presentido”,confiesa cómplice, sonriendo.
Sus ángeles sólo tienen en común con los de textos
evangélicos, el halo envolvente adivinado y la hermosura de un cuerpo hierático
presto a emprender el vuelo aunque sea con una sola ala. Perfectas figuras con
la nuca desnuda ofrecida a la caricia, ya que siempre de espaldas miran al
infinito cósmico, prestos a desplazarse allá donde haga falta un mensaje de
esperanza, una confirmación de amor, un profundo deseo de paz interior. No
amenazan, no hieren; son criaturas celestes que, como afirma el filósofo
italiano Máximo Cacciari son seres de mediación que inspiran y conducen del
misterio de lo visible a lo invisible.
Lejos de la fácil anécdota, Silvina Berenguer ha estudiado, como
Miguel Angel Catalá Gorgues, que firma la interesante presentación del
catálogo, toda la materia acumulada sobre los ángeles; y la ha hecho tan
suya que la esparce en sus pinturas, donde
si hay una inflexión a la riqueza de las túnicas e delicada geometría, y los
jardines con láminas de agua, todo está obedeciendo a un juego de líneas
astrales que han descendido de las alas a los bellos cuerpos ingrávidos. Pinturas,
pues, para el recreo visual y los mil interrogantes que alientan los ángeles de
Silvina Berenguer.
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